LLamamé como me llamo.

Una de las cosas que más me chocan en esto que denominamos sociedad es la forma que se tiene de hablar, en general nos cuesta llamar  a las cosas por su nombre, con más intensidad ocurre en lo negativo. Por ejemplo, la muerte, es una palabra que cuesta nombrar, igual que cancer, o cualquier otra que conlleve una connotación perjudicial, intentamos trasmutarla como si de alquimistas del lenguaje fuéramos en palabras diferentes, si hablamos de muerte decimos, se ha ido. Y si hablamos de  palabras relacionadas con economía, es el vergel de los eufemismos.
Pero esto no es algo nuevo y otros ya lo han contado.
Por ejemplo, gracias a los artificios semánticos llamados "eufemismos", los vicios mas gordos se transustancian por arte de birlibirloque, en virtudes respetables.

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Y este homenaje verbal del vicio a la virtud, se ha hecho toda la vida.
Ya Salustio, en "La conjura de Catilina" denuncia: "Hace ya tiempo que hemos desaprendido a llamar a las cosas por su nombre cabal: al regalar bienes ajenos se le llama generosidad; y a la audacia para cometer malos hechos se le llama fortaleza; por eso el estado se encuentra al borde del abismo".
  
El jardín poético
El parlero se da por elocuente,
el temerario, por valiente,
el rígido, por justo,
el lascivo, por hombre de buen gusto,
y el que es un insolente,
pasa en nuevo lenguaje por corriente.
Ingenio, es la mentira; y agudeza
la sátira; y chiste, el escupido,
y su autor es jovial y entretenido.
Humildad es la bajeza,
pundonor, la venganza,
la afectada lisonja es alabanza;
la cautela es prudencia,
y el artificio del astuto es ciencia. (...)
Con tales falsos juicios,
dan color de virtudes a los vicios
y creciendo el abuso,
el modo de pecar se vuelve en uso
y prosigue la culpa
con apariencia vana de disculpa.

 

«De flores intrincado laberinto»: el jardín poético de Aula de Dios,(Zaragoza,1637)

de Miguel Dicastillo.

Idea sacada de la revista Quitapesares.